Fraude y delito electoral en plebiscito por la paz

 
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Con sobrada razón los colombianos de bien nos encontramos indignados ante las confesiones del gerente del No, Juan Carlos Vélez, en las que revela las estrategias maniqueistas y fraudulentas con las cuales sedujo a los electores para apoyar su causa guerrerista y sangrienta, en contra de unos acuerdos de paz que nos conducirían al fin de una guerra fratricida de más de cincuenta años con las FARC.



Para Vélez lo importante era sembrar terror y discordia entre los electores para de esta manera disuadirlos a apoyar su causa sin que nada importe el dolor y la angustia de cientos y de miles de víctimas del conflicto armado. “El Código Penal colombiano estableció desde el 2008, de manera taxativa, los delitos electorales a los cuales puede verse sometido un ciudadano y con los cuales, inclusive, podría estar purgando una pena de hasta 9 años de prisión”. En este caso podemos hablar con toda certeza y sin duda alguna que se cometió un delito electoral por cuanto se constituye en una acción que atenta contra la objetividad, la trasparencia, la igualdad y la libertad que debe asistir a cada elector o sufragante. Se considera un fraude al sufragante cuando mediante maniobra engañosa obtenga que un ciudadano vote por determinado candidato, partido o corriente política. Y quien lo haga incurrirá en prisión de 4 a 8 años.

Pero más allá de esta indignación los colombianos debemos en un acto de dignidad y decoro defender un acuerdo de paz que dará fin a cincuenta años de guerra fratricida con un grupo subversivo. Nos corresponde exigir, por fraudulento, una nueva convocatoria a urnas para que en un acto libre y soberano el pueblo decida si apoya o no estos acuerdos de paz. No podemos quedarnos en el mutismo que siempre nos ha caracterizado o en la indiferencia que siempre hemos profgesado, esta vez nos han golpeado en nuestro rostro los verdaderos enemigos de la paz, esos seres que como hienas se lanzaron a la caza de incautos sembrando en su alma el odio y el rencor contra otros colombianos que arrepentidos de sus actos decidieron acogerse a las bondades de unos acuerdos de paz que traerían la concordia entre cada uno de nosotros.

En una entrevista, que se encuentra grabada, quizá embriagado de un triunfalismo fanático y cruel, el gerente del no manifiesta que “Unos estrategas de Panamá y Brasil nos dijeron que la estrategia era dejar de explicar los acuerdos para centrar el mensaje en la indignación”, Igualmente asevera sin empacho alguno que “En emisoras de estratos medios y altos nos basamos en la no impunidad, la elegibilidad y la reforma tributaria, mientras en las emisoras de estratos bajos nos enfocamos en subsidios. En cuanto al segmento en cada región utilizamos sus respectivos acentos. En la costa individualizamos el mensaje de que nos íbamos a convertir en Venezuela”. Dicen que por la boca cae el pez y en esta ocasión no únicamente el gerente del no comete la torpeza de confesar sus propios delitos y los de su campaña sino que el mismo jefe de la tétrica campaña responde, confundido y desesperado, que “estábamos buscando que la gente saliera a votar verraca”. Y Cuando le preguntaron por qué tergiversaron mensajes en la campaña, contestó que “fue lo mismo que hicieron los del Sí”. Una confesión clara y contundente, una aceptación tácita de un delito que nos obliga a replantearnos unos resultados que ante los ojos del mundo no podían ser sino desconcertantes y estremecedores.

Ya conocemos el alma de estos personajes que utilizan al pueblo para sus trágicos más bajos, que cual hienas y farisaicas figuras se aprovechan de la ingenuidad de un pueblo para conducirlos a sus propósitos más ruines y depravados. Perpetuar la guerra por el simple prurito de recuperar figuración política o electoral es propio de delincuentes sin escrúpulos, mentes pervertidas que con su gran capacidad de seducción llevan al pueblo a cometer los más grandes exabruptos.

Nos corresponde defender la democracia, salvaguardar el honor del pueblo colombiano, izar las banderas de la reconciliación nacional y en un acto de gallardía buscar los mecanismos que nos permitan ir nuevamente a las urnas para dejar que en claro que el pueblo colombiano es amante de la paz y la reconciliación.

Personajes como Álvaro Uribe le han hecho mucho mal al país, no queremos referirnos a su larga lista de crímenes e impunidad, pero consideramos es este el momento justo que se haga justicia pues el pueblo al ver la realidad de los hechos no puede sino clamarla y reclamar en ella paz y reconciliación con sus propios hermanos. Ahora vemos claro, ahora se nos cae el vendaje de los ojos y podemos contemplar el rostro descarnado y perverso de Álvaro Uribe, ahora queda claro que lo único que buscaba con su desesperada y terrorífica campaña era blindarse así mismo de una justicia transicional que permitiría a sus secuaces confesar delitos atroces que él siempre ha negado y tratado de ocultar. Por la boca cae el pez y esta ves cayó doblemente pues el propio Uribe para desmentir a su aliado deja escapar de su garganta reseca y oscura la frase lapidaria de su propia destrucción:
“fue lo mismo que hicieron los del Sí”, y sella en ella su destino de delincuente y criminal. Nada puede más pedir la justicia colombiana pues tiene en sus propias palabras una confesión explicita de un delincuente que ya no puede ocultar el rubor de sus propias palabras.

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Juan
Ejemplo mundial la valentía del pueblo colombiano.
 
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