Todo cambio implica reposicionamientos en nuestra zona de confort. La rutina termina imponiéndonos una serie de actos, sentimientos y pensamientos que, en muchas ocasiones, se tornan insuperables y una barrera infranqueable hacia el porvenir. Terminamos acostumbrándonos a los golpes, los malos tratos, los gritos, la dependencia emocional y física, los pequeños placeres, las rutinas cuotidianas y hasta a nuestras dolencias y enfermedades. Romper ciclos es una tarea titánica que raras veces conquistamos pues terminamos una y otra vez sumidos en lo mismo, así nos haga mal o ya no experimentemos la misma satisfacción o placer.
Cambiar es de valientes existencialistas que visionan nuevas inquietudes y necesidades aunque por lo general son tildados, en primera instancia, de locos o soñadores, de idealistas o desadaptados que pretenden luchar contra lo establecido. Pero gracias a ellos contamos con grandes y novedosos inventos y máquinas: aviones, cohetes, celulares, yates, trenes, electricidad y una serie de realidades facilitadoras de nuestra vida pero que en un comienzo fueron desechados por la multitud. Únicamente gracias a esos seres tercos, constantes y visionarios fueron posibles y aceptados por la muchedumbre incrédula.
Nos repetimos constantemente, frecuentemente, en nuestros hechos y pensamientos; hasta el extremo de una rutina devastadora, pues con ello generamos enfermedades, conflictos sociales, ruinas económicas, disolución de parejas, fracasos existenciales y hasta incapacidad de crear una nueva forma de vivir, relacionarnos o existir. Muchos se aferran a sus cargos, a sus viviendas viejas y desgastadas, a sus pensamientos obsoletos que le impiden crecer y relacionarse sanamente con los demás. El argumento principal es que siempre ha sido así y, en consecuencia, siempre tendrá que ser así. Nos parecemos mucho a esa anémona marina o ascidia que durante su juventud recorre largas distancias por el océano buscando donde anidar y establecer su residencia, la tragedia es que una vez conseguido su objetivo se come su cerebro por cuanto ya no lo necesita y empieza una rutina de repeticiones cuotidianas y su existencia se torna netamente contemplativa y pasiva (Video:
https://www.youtube.com/watch?v=ctehUwbYGc8).
Los colombianos nos hemos convertido en una especie de anemona marina por cuanto se nos torna difícil concebir o pensar en términos de paz. Siempre hemos tenido guerra, así hemos vivido y sobrevivido, así hemos desarrollado nuestra existencia y nos duele abandonar ese pasado por el simple prurito de que la paz es un riesgo que nos desestabiliza emocionalmente por cuanto no concebimos otra forma de vivir o existir. Nos Acostumbramos a la guerra, a su lenguaje, a sus terrores de sangre y muerte, a sus tentáculos extendidos hasta el fondo de nuestro ser, es más fácil seguir como hemos estado y vivido que detenernos a pensar en un nuevo futuro que requiere y exige nuevas formas de pensar y concebir la vida.
La guerra ha sido nuestro paradigma y respondemos a sus estímulos negándonos la posibilidad de construir una sociedad con mayores vínculos en la paz que en la guerra y, entonces, como la anémona marina, agotada y sin cerebro, esgrimimos argumentos salidos de contexto y de la realidad pero que nos permiten anclarnos a un pasado: impunidad, injusticia, venganza, odio, rabia, rencor, cárcel, justicia, terrorismo, comunismo, desolación. Cómo si lo vivido por muchas generaciones de colombianos no fuera justamente eso y mucho más. Duele cambiar, duele aceptar que es posible una nueva forma de concebir el mundo, estamos atados a los paradigmas de la guerra que con frecuencia nos disparan chorros de agua (no se puede, castrochavismo, terroristas, justicia, cárcel, muerte, destrucción…), impidiéndonos alcanzar las bananas (paz) y disfrutarlas colectivamente.
Sea esta la invitación a cambiar, a darnos una oportunidad de paz y convivencia, de tolerancia por un nuevo futuro, de paz y reconciliación que tanto necesitamos. Esos viejos paradigmas de guerra empezaron a ceder terrenos en muchas mentes y almas, pero aún se aferran como tentáculos invencibles para cientos de seres que ven en la paz o en sus acuerdos una amenaza pues como esa anemona marina que se come su propio cerebro después de un largo y prodigioso viaje, así nosotros nos refugiamos en la guerra esperando que todo cambie o que todo siga igual. Pero lo interesante de nuestros días es que podemos cambiar la historia atreviéndonos a dar el gran salto hacia la Paz, hacia la construcción de una paz duradera y colectiva.
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